Ayotzinapa 

Lo que está sucediendo en Iguala es imposible dejarlo de lado. Más allá del apremio de la agenda noticiosa, los sucesos infernales de Ayotzinapa remiten a procesos más hondos y a ciclos históricos donde los retornos de la barbarie parecen ser cada vez más fulminantes. Por más que el discurso oficial del gobierno actual y … Leer más

Lo que está sucediendo en Iguala es imposible dejarlo de lado. Más allá del apremio de la agenda noticiosa, los sucesos infernales de Ayotzinapa remiten a procesos más hondos y a ciclos históricos donde los retornos de la barbarie parecen ser cada vez más fulminantes.

Por más que el discurso oficial del gobierno actual y los voceros mediáticos suyos intenten colorear el rostro fúnebre del presente, la pestilencia y la decadencia del sistema político nuestro no permiten a los mercaderes de la imagen retocar el cuerpo maltrecho del País. Las élites del poder quieren salvarse de la crisis poniéndose los mismos ropajes de la época de la dictadura perfecta, pero la ciudadanía afortunadamente dejó de creer ciegamente en la retórica de la moratoria perpetua del bienestar y en los ciclos milagrosos del calendario político.

La mayoría queremos que las cosas marchen bien en el aquí y ahora, que los chacales y corruptos sean castigados rápidamente por un sistema judicial realmente independiente y justo, éticamente impecable.

No tenemos que esperar el advenimiento de holocaustos y ofrendas al terror para cambiar a los funcionarios que tranquilamente confabulan con los criminales para arrancar violentamente la vida a jóvenes estudiantes y personas inocentes.

No podemos tolerar que el centro de las preocupaciones y acciones estatales sea únicamente la fabricación de negocios, dineros y ganancias. La vida es mucho más que billetes y adicciones económicas, más que acumulación de fortunas y trapicheo de mercancías. La ciencia, el arte y la educación deben desplegarse libremente sobre las planicies de una inteligencia que alimente la formación cívica, la creación cultural y el amor a un pensar no limitado por las necesidades del mercado y las pulsiones gerenciales de los agrestes.

La seguridad pública y los derechos humanos deben estar por encima de las ambiciones de los capitostes y los jefecillos municipales. La población tiene que elevar el listón de sus exigencias porque dejar que los ineptos e inmorales sigan conduciendo las instituciones de la Nación tendrá un costo aún mayor para ésta. No se trata de sacar raja política de la desgracia, aunque algunos ya están afanándose en ello. En realidad, habría que confinar la política en una esfera acotada, intensamente reglamentada y vigilada por la ciudadanía, para evitar que ésta colonice indebidamente áreas y actividades que no le competen.

Muchos soñamos con la desaparición de las relaciones de poder, pero acepto que la candidez de este deseo es evidente. El mal del poder es nocivo y sempiterno porque no se concentra en una persona o un grupo, sino que se disemina por doquier. Por ello se requiere una fuerza contraria monumental para enfrentarlo: un anti-poder ciudadano.

Miembro del SNI
 

Imagen Zacatecas – Miguel G. Ochoa Santos