Cantinflas

Confieso que nunca he sido un fan de las películas de Cantinflas, como si lo soy todavía de las de Tin Tán. Siempre me ha parecido superior la gracia humorística del segundo, aunque reconozco el deslumbrante ingenio del primero. Ambos tuvieron en su juventud un desarrollo prodigioso que luego se vino abajo con los años. … Leer más

Confieso que nunca he sido un fan de las películas de Cantinflas, como si lo soy todavía de las de Tin Tán. Siempre me ha parecido superior la gracia humorística del segundo, aunque reconozco el deslumbrante ingenio del primero.

Ambos tuvieron en su juventud un desarrollo prodigioso que luego se vino abajo con los años. La densa ligereza que los animó en sus lances desapareció y la mala calidad de los guiones de los filmes posteriores contribuyó también a cerrar los grifos del talento que antes manaba a borbotones.

Ciertamente Cantinflas tuvo más éxito comercial que Tin Tán en el periodo de ocaso profesional, pero el tufillo moralista de las películas suyas volvieron insoportable y predecible el mensaje político que el menguado héroe popular deseaba transmitir. La reiteración mercadotécnica terminó por devorar al genio de la improvisación y del sinsentido.

Con estos y otros prejuicios a cuestas, entré al cine a ver la biopic de Santiago del Amo. La histeria nacionalista había despertado en mí un morbo delicioso, eso de sentirse ofendido porque un actor extranjero haya sido elegido para representar el papel de la figura cómica más relevante de nuestro cine, pues, oiga usted, sí que aguijonea la curiosidad.

Quería constatar la pertinencia de los arrebatos provincianos, si tenían éstos sostén o eran simples prótesis para hacer frente al sempiterno complejo de inferioridad vernácula que pergeña la delicada piel del ser mexicano.

Jamás tuve una expectativa demasiado intensa sobre la calidad de la película, no fui con la disposición del crítico que privilegia la artisticidad de la obra por encima de otros faenas artesanales y factores técnicos. Solo quería saciar el malsano interés mío y, a la vez, disfrutar de un retorno a la memoria infantil. Pues debo confesar, a contrapelo de los guardianes de la esteticidad, que hubo pasajes e ingredientes del filme que disfrute muchísimo.

Habría que decir que los inflamados chovinistas perdieron la partida, Oscar Jaenada dio una lección actoral como ya lo había hecho antes al encarnar de manera sobresaliente a la figura mítica del flamenco español: Camarón de la Isla. Muy por encima de las entrañables chiquilladas de Carlitos Espejel está el Cantinflas que nos propuso el actor español. Creo que don Mario Moreno hubiese aplaudido la interpretación soberbia no de un gran imitador suyo, sino de un actor espabilado e inteligente que se dedicó con total respeto a extraer el nervio del personaje que el portentoso ingenio ficcional de su creador produjo.

Es precisamente la defensa de la invención azarosa aquello que Cantinflas predicaba con furibunda libertad, a través de sus improvisados e incoherentes diálogos y jocosos gags.

Investigador del SNI

Imagen Zacatecas – Miguel G. Ochoa Santos