Confianza al máximo

Vivimos crisis de confianza en personas e instituciones sociales (familia, escuela, estado, ejército, iglesias, partidos…). Con frecuencia se dan a conocer sondeos, encuestas y estudios acerca de la confianza/desconfianza en las instituciones que gestan, cultivan y sustentan el tejido social. Los resultados de la evaluación hablan que la confianza va a la baja. ¿A qué … Leer más

Vivimos crisis de confianza en personas e instituciones sociales (familia, escuela, estado, ejército, iglesias, partidos…). Con frecuencia se dan a conocer sondeos, encuestas y estudios acerca de la confianza/desconfianza en las instituciones que gestan, cultivan y sustentan el tejido social. Los resultados de la evaluación hablan que la confianza va a la baja. ¿A qué se debe?

Cuando disminuye la confianza en las instituciones, sucede lo mismo con la confianza en las personas. Y, al revés, cuando aumenta en las personas, las instituciones generan confianza y el ambiente creado favorece la seguridad pública y la paz social.
El Evangelio del domingo pasado habla de confianza total. La de Jesús en nosotros: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida…”. La de Pedro y las comunidades creyentes en Jesús: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Bellísima lección y alimento para personas e instituciones.

Los seres humanos que han oído este Evangelio a través de los siglos han tenido sus dificultades para creer y han gritado sus desconfianzas. A muchos el modo de hablar de Jesús les ha parecido intolerable, ofensivo, desagradable, inadmisible… por sus implicaciones en el presente y el futuro. La murmuración es una reacción que no se deja esperar.

Muchos discípulos intuyeron que lo que Jesús les proponía no era el acto físico de comer a alguien, ni siquiera el de seguirle exteriormente. Fueron comprendiendo que les proponía una existencia basada y centrada en su persona, alimentada con su persona, comprometida en la construcción de su Reino de amor, justicia y paz. Era cuestión de confianza total en su persona y su proyecto. Muchos no aceptan, no creen, ayer y hoy. La fe es cuestión de confianza plena en  Él. Quizás nuestro problema es  de orgullo, autosuficiencia y comodidad.

Jesús lo entiende perfectamente y lo aclara. Hay cosas que son imposibles “si el Padre no nos lo concede”. Y uno se queda anonadado. Aceptar a Dios es don de Dios. La fe en Él es un don que nos compromete a la gratitud confiada, responsable. Por eso la Eucaristía es el centro del ser y del convivir del cristiano; la acción de gracias por excelencia; la mesa que alimenta el compromiso para ser generadores de confianza.

Pido a Dios que no seamos parte de la estadística de los que se fueron porque la ‘onda’ de Jesús no conviene a los intereses de la visión moderna de la vida. Ojalá hagamos nuestra la confianza extrema de Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Y seamos cristianos que contribuyen, con fe alegre y caridad eficiente, a generar y ser fermento de confianza en un mundo de desconfiados.

Los bendigo desde la mesa/altar de la Eucaristía.

Imagen Zacatecas – Sigifredo Noriega Barceló




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