Jesucristo con su poder vence el pecado

Estamos celebrando el Décimo Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B, año 2018, y la enseñanza de nuestros textos bíblicos, hacen referencia al misterio del pecado en el mundo, a partir del “pecado original” y que ha producido en la humanidad “el pecado original originado”. Este es un tema que siempre, desgraciadamente ha estado, está y … Leer más

Estamos celebrando el Décimo Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B, año 2018, y la enseñanza de nuestros textos bíblicos, hacen referencia al misterio del pecado en el mundo, a partir del “pecado original” y que ha producido en la humanidad “el pecado original originado”.

Este es un tema que siempre, desgraciadamente ha estado, está y estará presente dentro de la historia de la salvación, en la cual, Dios por Jesucristo y con el don del Espíritu Santo, ejerce su poder para borrar los pecados de los hombres que se han cometido, se cometen y se cometerán.

De esta manera, vivimos en la esperanza de un nuevo mundo en el cual more la justicia, el amor a Dios y a los hermanos, renovando al mundo, en la perspectiva de salvación, liberación y vida nueva que son dones inéditos que el mismo y único Dios otorga generosamente a los hombres que se arrepientan e imploren la misericordia y el perdón que brotan siempre del corazón divino.

El pecado original de nuestros padres Adan y Eva

En la narración del libro del Génesis (1ª. Lectura), aparece el hecho del pecado de nuestros primeros padres: Adán y Eva. Constatamos que en la historia del hombre está presente el pecado.
Esta realidad negativa, se esclarece plenamente sólo a la luz de la divina Revelación y, sobre todo, a la luz de Cristo, el Salvador de todos los hombres, y que ha hecho que la gracia sobreabunde allí donde había abundado el pecado.

Explicando en qué consiste el primer pecado del hombre, la Iglesia nos enseña que, en el paraíso, el hombre tentado por el diablo, dejó libremente apagar en su corazón la confianza hacia su Creador y Dueño y desobedeciéndose, quiso “ser como Dios” (Ge 3, 5) sin Dios, y no según Dios.

Así, Adán y Eva perdieron inmediatamente para sí y todos sus descendientes, la gracia de la santidad y de la justicia originales.

El pecado aparece como una rebeldía y desobediencia a Dios y su santa voluntad. “El pecado original originado”, en el que todos los hombres nacemos, es el estado de la privación de la santidad y de la justicia originales.

Es un pecado “contraído” no cometido por nosotros; es una condición de nacimiento y no un acto personal. A causa de la unidad de origen de todos los hombres, el pecado original se transmite a los descendientes de Adán con la misma naturaleza humana, “no por imitación sino por propagación”.

Esta transmisión es un misterio que no podemos comprender plenamente. De este pecado con el cual nacemos, Cristo nos libera con el bautismo, sacramento de vida nueva y sobrenatural.

Las consecuencias que provoca el pecado original son: la naturaleza humana, aún sin estar totalmente corrompida, se halla herida y debilitada en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al poder de la muerte e inclinada siempre al pecado con las instigaciones del demonio.

Entonces el hombre débil e inclinado al mal, libremente a pesar de todo, comete los pecados personales, veniales, graves y mortales.

Conclusión

¡Está claro que Cristo, nuestro Salvador y Libertador, vence los poderes del mal que siempre nos agobian.

Pues bien, desde que Jesús ha sido capaz de vencer el pecado y el mal con su muerte y resurrección, estableciendo el Reino de Dios en esta tierra de los hombres y dentro del universo inabarcable, los discípulos de Jesús, unidos a él, con la ayuda de Dios y cumpliendo en todo momento de sus vidas la voluntad del Padre eterno, pueden también derrotar el mal en sus vidas personales y en los ambientes que nos rodean, en los cuales hemos de ser testigos y heraldos de la misericordia y el perdón divinos, hasta alcanzar el gozoso don de la resurrección final en el cielo, hacia donde vamos caminando con nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor a Dios y al prójimo sin barreras ni fronteras!

Obispo emérito de Zacatecas*

Imagen Zacatecas – Fernando Mario Chávez Ruvalcaba