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Opinión

El fusilamiento del padre Pro y la justicia federal

El fusilamiento del padre Pro y la justicia federal

Opinión José Antonio Rincón

De esos jueces necesitamos que nos defiendan ante el arbitrario y poderoso en estos días aciagos del atropello sin precedentes del poder político a la judicatura nacional, que ha dejado en la calle a honestos, extraordinarios e inocentes togados.

José Antonio Rincón
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4 de junio 2025

Es un hecho poco conocido: antes de que sin juicio y sin un dato incriminatorio a mansalva un pelotón fusilara al sacerdote Miguel Agustín Pro Juárez, por orden del General Calles que esgrimió como argumento el escarmiento, un valiente juez federal decretó la suspensión del acto a favor del inocente. La notificación llegó a tiempo, pero enseguida vino la respuesta: la descarga de las balas que acabaron con su vida.

De esos jueces necesitamos que nos defiendan ante el arbitrario y poderoso en estos días aciagos del atropello sin precedentes del poder político a la judicatura nacional, que ha dejado en la calle a honestos, extraordinarios e inocentes togados.

Dinero en elecciones, mientras que en los pasillos de los hospitales públicos los enfermos se agravan porque no hay camas ni insumos. Médicos y enfermeras enfrentan esa situación sin ser responsables de tanta carencia.

Un día zacatecano de frío sabroso en una bodega del mercado de abastos, llena de polvo, de mugre, oscura y húmeda como los tiros de las minas, atiborrada con estantes de viejo que se mecen peligrosamente y liberen un estrecho pasillo que debe uno pasar deslizándose de entre las oscuridades, la voz amable de un anciano, como un eco dulce surgió de allá no sé de dónde: “por allí está un foco, préndalo y busque, todo a diez pesos “

Como abrirse camino en esas mazmorras.

Por fin encontré a tientas el antiguo interruptor de encendido y el clic hizo aparecer un foquito escondido en uno de los estantes que me regaló una lucecita tierna y tímida que apenas iluminaba el espacio donde estaba.

Casi imposible ver el título de los libros que se apretujaban ya en la pudrición algunos y el resto con sus pastas entre amarillentas y negruzcas, así que casi a ciegas tome los que pude, porque lo que quería era salirme de ese túnel sin tiempo.

Con mi tesoro en brazos salí a la entrada de la bodega y con la luz de la tarde del cielo gris lo primero que vi fue ese librito de bolsillo forrado de papel de estraza, lo que ya lo hacía misterioso pues ocultaba su título, Dejé mi carga en la banqueta. Lo tomé y le soplé: el polvo negro huyó despavorido como una nube borrascosa a la luz de la tarde. Lo abrí y pude ver su título. “La vida íntima del padre Pro” de Antonio Dragon. S.J. Lo que más me inquietó es que era la traducción al castellano porque fue escrito en lengua francesa y traducido al castellano por Raúl Martínez del Campo, S.J.

En la banqueta de la puerta de la bodega misma comencé la lectura hasta que la voz de doña Mary me trajo al mundo: “disculpe, pero ya vamos a cerrar, mi esposo don Juan tiene que descansar, lleva 20 libros así que son 200 pesos“.

Las páginas del libro muestran una serie de gráficas del aceta Miguel Agustín Pro en el cadalso con los brazos abiertos, entregado a Cristo mientras los ejecutores apuntaban al inocente y descargaron todas sus armas, como si fuera un fugitivo.

El sacerdote zacatecano solo tenía 36 años y fue llevado al matadero, sin resistencia, con la mansedumbre del cordero entregado a la divinidad, dice Isaías.

El público invitado al horrendo crimen había llegado presuroso, bien vestidos como si fueran al teatro de la ópera a presenciar la horrenda ejecución de un inocente, de un alma con la mayor paz: militares y diplomáticos, conformaron el morboso, siniestro y horripilante auditorio.

A punto de cometerse el atroz crimen, pasó por la inspección el licenciado Luis E. Macgregor que al enterarse corrió al juzgado Primero Supernumerario de Distrito y redactó la demanda de amparo, pidiendo la suspensión del acto.

El juzgado a cargo del licenciado Julio López Masse en un acto de generosidad y valentía, sabiendo que iba contra lo más poderoso, decreto la suspensión de todo acto en favor del padre Agustín Pro.

El notificador se fue raudo a la inspección, pero no lo dejaron pasar, aunque sí informó de lo que se trataba. Como respuesta, escuchó enseguida el estruendo del fuego del pelotón de fusilamiento.

La orden de ejecución del general Calles decía que lo fusilaran sin juicio alguno para escarmiento de los curas.

El general Calles fue informado que nada había que incriminaba al detenido, más bien brillaba su inocencia en el primer atentado fallido contra el general Álvaro Obregón, porque el propio autor material, Luis Segura Vilchis lo declaró. En todo caso, se sugirió a Calles que se iniciara un proceso judicial, pero terminante dijo que no y ordenó su inmediato fusilamiento.

Existe constancia documental en el libro, bien investigado y en cuanto al inocente, una simple acta policial en la que por cierto para nada se lee.

Lo relativo al juicio de amparo se encuentra en un libro que editó jurídicas de la UNAM

El crimen horrendo forma parte de la cuestión cristera de la década de los veintes del siglo pasado.

En estos días de elecciones de jueces, ese horrendo sistema impuesto desde el poder, debe recordarse que hemos tenido buenos jueces que han decidido contra el poderoso y arbitrario.

De esos jueces queremos, no del pueblo, que suena a discriminación y parcialidad, sino para todos, por eso la Temis está vendada de sus ojos cuando juzga, porque la justicia no discrimina, no politiza.

No se quieren jueces o magistrados de medio tiempo que sólo van a firmar, porque se la pasan en la grilla en los comederos del centro.

Esperamos de las nuevas magistraturas y juzgadores de primera instancia que sigan la ruta de la imparcialidad y objetividad, que se entreguen con pasión a esa labor que es un apostolado y las personas reconocerán que tenemos un poder judicial digno e independiente.

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