El renacido

Sin duda alguna, el cine de Alejandro González Iñárritu está diseñado para que la potencia interpretativa de los actores se despliegue con una multiplicidad cromática exuberante y profunda. Sus películas hurgan acuciosamente en los meandros de la mente y la praxis de los personajes.  Pero no es menos cierto que esos laberintos psicológicos son difícilmente … Leer más

Sin duda alguna, el cine de Alejandro González Iñárritu está diseñado para que la potencia interpretativa de los actores se despliegue con una multiplicidad cromática exuberante y profunda. Sus películas hurgan
acuciosamente en los meandros de la mente y la praxis de los personajes. 

Pero no es menos cierto que esos laberintos psicológicos son difícilmente traducibles a imágenes, debido a que deseos, pasiones, ideas y los sucesos de la vida interior tienen una propiedad escabrosa y elusiva; son mayormente intangibles y, por tanto, reticentes a transformarse en entidades visibles. 

Este enorme desafío ha sido sorteado exitosamente mediante la construcción de una mirada prodigiosa, cuya fuerza narrativa ahonda en la primigenia propiedad visual del cine. Sobre todo, los dos últimos filmes del cineasta revelan cómo la imagen puede ir más allá de la mera representación del entorno o de la gestualidad dramática de los actores para transformarse en poesía visible.

Emmanuel Lubezki tiene que ver mucho con esta experimentación portentosa de un lenguaje cinematográfico tan creativo como poético. En Birdman había conseguido mostrar nítidamente los intersticios mentales de un actor decadente, anclado en su pasado hollywoodense, pero buscando saltar mortalmente al futuro, a través de una ruptura paradójica con los modelos convencionales del cine, para finalmente refugiarse en la autenticidad del arte dramático.

Ahora con El renacido ha subido un peldaño más en la exploración de la plasticidad visual. No sólo por la complejidad técnico-logística que tuvo el rodaje, sino porque Lubeski es un maestro. Logra que la técnica sea absorbida y, al mismo tiempo, diluida en el arte de la imagen. Es un cinematógrafo alquimista, más que un ingeniero; un pintor, más que un reportero. 

Lástima que en las salas actuales, las proyecciones digitales se hayan cargado la calidad y la belleza inigualables de los antiguos formatos de celuloide. Hoy no podemos apreciar plenamente los dones visuales de esta película extraordinaria que plantea, entre otros temas, el de la violencia humana.

Imagen Zacatecas – Miguel G. Ochoa Santos