Ilusión infantil

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

A Saúl Benjamín Galván M., por su intrepidez cuando niño.   La mamá sabía que sus hijos se pondrían contentos al ver la novedad. Cuando fue a la farmacia para adquirir la primera lata de leche para la bebé, recibió un paquete en una malla de plástico que contenía el recipiente, más una pequeña y … Leer más

A Saúl Benjamín Galván M.,

por su intrepidez cuando niño.

 

La mamá sabía que sus hijos se pondrían contentos al ver la novedad. Cuando fue a la farmacia para adquirir la primera lata de leche para la bebé, recibió un paquete en una malla de plástico que contenía el recipiente, más una pequeña y colorida pelota de plástico, como obsequio adicional.

Nadie puso objeción para que dicha pelota quedara en propiedad de la menor de la familia. La madre prometió que en la adquisición del siguiente bote, el juguete quedaría para el penúltimo de la familia y así de manera ascendente.

El sexto hijo también se entusiasmó por su gusto en jugar al fútbol, pero vio muy remota la oportunidad de recibir la suya, pues la siguiente compra fue dos semanas después.

Tres meses son mucho tiempo de espera para un niño de nueve años de edad. Edificando castillos en el aire se mantuvo esperanzado, imaginando el regocijo de sus condiscípulos al verle llegar a la escuela con tan preciada adquisición.

Todos los días, minutos antes de la entrada a clases y en la hora del recreo jugaban en el patio, en eterna rivalidad contra los alumnos del segundo grado de primaria. La mayoría de las veces ganaban ellos, pero como los pequeños ponían la pelota, a veces les dejaban meter goles para seguir siendo tomados en cuenta. ¡Ah!, pero cuando él llevara el balón, pondría sus condiciones. Se asumiría como capitán del equipo escogiendo y asignando las posiciones de los jugadores. Soñaba colocarse de delantero, aburrido de estar en la banca. Siempre se quedaba con ganas de jugar.

Esa ilusión le mantuvo tolerante por semanas, mientras se llegaba la anhelada fecha.

Su desesperación le hizo idear algo. Pidió a su hermana, cambiar la fecha, para que le tocara a él y la siguiente a ella. Una permuta que sólo pudo realizarse si daba determinadas atenciones a la consanguínea menor, como dejar de pelear, invitarle alguna golosina eventualmente, dejar de acusarle ante los padres sobre alguna travesura realizada, defenderla de agresiones de los demás hermanos. Muchos esfuerzos costaron tener que complacer a su antipática sucesora. Toda esa temporada quedó prácticamente neutralizado de ser partícipe en las fechorías fraternales.

Llegó el día esperado. A la hora de la comida recibió el tan preciado objeto. Recuerda pocas veces haber estado tan contento. Llegó cuarenta minutos antes a la escuela, quedando desconcertado por encontrar vacías las canchas. Andrés y Nicolás llegaron poco después, el primero elogió el balón, lo recibió en sus manos, hizo un movimiento de lanzarlo al aire para patearlo fuertemente con el pie derecho. Como estaba muy inflado era liviano. Tres pares de ojos siguieron la trayectoria del objeto, observando que fue empequeñeciéndose al volar tras la elevada barda de una propiedad privada infranqueable.

A veces la vida muestra ingratitud. Aquellos amigos minimizaron el hecho con sonoras carcajadas. El niño quedó impactado ante la rapidez del desmoronamiento de sus ilusiones.




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