Juguete deteriorado

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Dedicado a los primos Ruiz Martínez y amigos de la infancia   Andar con los primos y vecinos en el barranco del arroyo en sábado por la mañana, era una mejor diversión que los mismos recreos de la escuela. Las latas de sardina conseguidas en el basurero, eran multiusos: los convertían en herramienta para escarbar … Leer más

Dedicado a los primos Ruiz Martínez y amigos de la infancia

 

Andar con los primos y vecinos en el barranco del arroyo en sábado por la mañana, era una mejor diversión que los mismos recreos de la escuela.

Las latas de sardina conseguidas en el basurero, eran multiusos: los convertían en herramienta para escarbar haciendo cuevas, túneles, carreteras; como carritos que transportaban tierra, piedras azules, coloradas, de pedernal simulando mercancías o minerales; útiles recipientes para transportar agua desde la tinaja o charco más próximo para hacer lodo y fabricar el acabado de los caminitos, a manera de pavimento.  A alguien se le ocurrió unir varios con una pita de maguey, para construir los vagones de un ferrocarril. La máquina era una de las latas más grandes y en forma ovalada, conservando la etiqueta de color rojo  para dar mayor distinción.

En una de esas ocasiones Pancho, el hermano mayor,  presumió que en su siguiente visita a los primos Torres Meléndez, recibirían un juguete especial: una avioneta.

Todos hicieron alto en la acción para prestar oídos a la noticia, causando admiración y expectativa. Eventualmente veían diminutos aviones cruzando el intenso azul del cielo, dejando dos carriles de humo gris, visible a la distancia, pero a esa fecha nadie había visto un aeroplano de verdad. Hasta la palabra era nueva.

Es probable que en aquellas convivencias se preservara la diversión a las desavenencias porque como todos los niños, difícilmente se acumulan rencores, pronto hacían las paces. Procedían de familias numerosas y ello, a diferencia de las de pocos integrantes, constituía una relación permanente de colaboración y ayuda. Sin interés alguno se prestaban los juguetes y como cada uno conocía sus pertenencias, al término eran regresados a su respectivo dueño.

Los recuerdos sucesivos sobre el tema se perdieron en la bruma del tiempo. Sólo aparece la imagen de un juguete de plástico, alargado y con dos alas, pero una de ellas deformada (masticada), porque en esa fecha, muy temprano, la vaca Casilda se había escapado del corral del abuelo llegando hasta las proximidades de la casa, pepenando virutas de rastrojo con su trompa, acumuladas al pie de la pared de adobes y entre ellas aquel preciado obsequio.

Lo tomó en sus manos sintiendo la aspereza de la parte deformada… un nudo de tristeza se apoderó de su corazón.

No quiso mostrarlo a nadie ni jamás volvió a entretenerse con él. Le dio pena el descuido de haberlo perdido anteriormente. Le afligía el hecho porque ni siquiera se había enterado conscientemente quién se lo había regalado, si Lucio, Pedro, Pepe, Gabriel, Mario o quizá Fany, Mela o Mary.

En lo sucesivo procuró dejar a resguardo hasta aquellas latas de lámina con las que escarbaba en el barranco húmedo del arroyo.

¿Por qué quedan recuerdos como este en la memoria de las personas? Es quizá un buen tema para los profesionales de la Psicología o quien estudia las diversas facetas del desarrollo humano en asuntos emocionales.




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