La biblia griega, la gran traducción de la antigüedad

Es el libro más traducido, más amado y a veces el más perseguido.

Con mi admiración y aprecio al maestro Cristian Gómez, presidente de Maná, museo de las sagradas escrituras.

El 30 de septiembre es día del traductor porque se conmemora a San Gerónimo de Estridón, el gran traductor del siglo IV de la biblia desde las lenguas originales al latín, la llamada vulgata, que reinó en occidente por más de mil años, de hecho hasta la Reforma y en su nueva versión sigue siendo texto oficial de la Iglesia Católica Romana.

Sin embargo, la primera gran traducción se realizó durante casi tres siglos antes de Cristo por traductores judíos de habla griega, la lengua franca del imperio helenístico, herencia de Alejandro Magno, aún enfrentando el rechazo de paisanos ultras que no podían ver el libro sagrado en otra lengua, más que en la suya.

Esa gran traducción a la lengua franca del imperio antiguo fue la puerta por donde entró a la universalidad la religión judeo-cristiana, era la biblia de los apóstoles, como decía San Agustín; sin ella, la secta nazarena se hubiera desdibujado y perdido entre otras tantas que pululaban en el mundo judío, pero como su destino era trascender a través de la palabra, ésta se vuelve atemporal y   se renueva de forma permanente, lo que permite una lectura progresiva en las lenguas vivas, haciendo que la frescura de su esencia y la fuerza de su mensaje sean siempre buenas nuevas y por tanto permanezcan con el timbre de la eternidad, por decirlo de esa manera.

Una de las más fascinante historia de la humanidad en la que se enraiza en buena parte la civilización occidental, es sin duda la biblia, el libro más traducido, más amado y a veces el más perseguido. Es una colección de textos escritos en distintos tiempos por un sinnúmero de personas, de las que en su mayoría desconocemos sus nombres, lo que deviene hasta cierto punto intrascendente, al tener la certeza de la existencia de un inspirador común, autor al fin, como certeza también tenemos de que todos los amanuenses eran judíos y por tanto sus obras, a excepción del Nuevo Testamento, fueron escritas en su lengua: hebreo antiguo y arameo, ambas lenguas semíticas.

El pueblo judío fue expulsado en diversas ocasiones de su tierra en la antigua Cannan, originando las llamadas diásporas o dispersiones, diríamos también, otros éxodos. En esas circunstancias parecía que su destino, como fue el de otros pueblos en la historia, sería su desaparición al fundirse con otras naciones. Esto no ocurrió así, porque los pequeños grupos dispersos por el mundo antiguo conservaron su identidad y su unidad, gracias a sus tradiciones, su historia y sobre todo a su religión, ya en parte testimoniadas documentalmente, lo que pasado el tiempo formarían lo que conocemos como biblia.

La próspera y culta comunidad judía de Alejandría al norte del Egipto de los Ptolomeos, se propuso y logró traducir los textos sagrados a la lengua griega, pues seguro muchos miembros de su comunidad ya no hablaban el hebreo.

Nunca en la historia de la humanidad se había llevado a cabo tan colosal tarea; esa traducción preservó la identidad judía y su historia, su cultura y su religión entraron en el imperio, es decir en el mundo.

Dicha traducción, llamada por los expertos septuaginta, biblia griega o biblia de los LXX, nombre este último originado por una leyenda extraordinaria contenida en la llamada carta de Aristeas, es una obra a la que le debemos mucho, porque fue la de uso de las primeras comunidades cristianas, acotando que esa gran traducción es del antiguo testamento.

La preservación del texto sagrado es impresionante porque lo atestiguan escritos de hace milenios; y por si alguna duda cabía, en 1947 se encontró el tesoro de Qumran: manuscritos de textos bíblicos de antes de Cristo que se compaginan con la biblia griega o Septuaginta.

Si el texto bíblico contiene el mensaje de Dios en palabras de los hombres, no resta sino citar a uno de los más grandes teólogos de nuestro tiempo, Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, que en el prólogo de su obra Jesús de Nazaret , admirada por católicos y protestantes, dice sobre la interpretación histórico-crítica del texto bíblico : “El proceso de seguir leyendo y desarrollando las palabras no habría sido posible si en las palabras mismas no hubieran estado ya presentes esas aperturas intrínsecas…la exégesis moderna ha mostrado que las palabras trasmitidas en la Biblia se convierten en Escritura a través de un proceso de relecturas cada vez nuevas; los textos antiguos se retoman en una situación nueva, leídos y entendidos de manera nueva”.

[email protected]




Más noticias


Contenido Patrocinado