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El recreo

No todo se vale

No todo se vale

José Luis Medina Lizalde.

Cubrirse el rostro para cometer actos violentos al amparo de una manifestación pacífica es conducta contraria a la esencia democrática del derecho a la libre manifestación.

J. Luis Medina Lizalde
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26 de junio 2025

“La ley censura” en Puebla y la denuncia de Layda Sensores contra un periodista son episodios que reflejan la manera como por conveniencia política se normalizan extralimitaciones que destruyen las libertades democráticas e instauran la ley del más fuerte si lo permitimos.

Cubrirse el rostro para cometer actos violentos al amparo de una manifestación pacífica es conducta contraria a la esencia democrática del derecho a la libre manifestación.

Se ha perdido la conciencia de que no existen libertades absolutas, que, tal como se enseña en las escuelas de derecho, mi libertad termina dónde empieza la del otro.

En tiempos del autoritarismo exacerbado se dispersaron marchas y mítines que respetaban al pie de la letra lo dispuesto en la constitución al respecto, eran actos que no perturbaban el orden público ni dañaban a terceros, paradójicamente, los medios subordinados al régimen, cuando no silenciaban las manifestaciones y mítines, aludían a los mismos como generadores de caos vial, alentando la hostilidad ciudadana contra el ejercicio de esos derechos.

Las manifestaciones masivas de campesinos aliados con el estudiantado universitario en los años setenta del siglo pasado en pro del reparto agrario nunca se salieron de control gracias a las comisiones de orden que prevenían la infiltración de provocadores.

No obstante la atmósfera represiva de la época, nadie se cubría el rostro al participar en una manifestación y nadie salía con martillos en la mano para destruir equipamiento urbano, vidrieras de establecimientos comerciales u agredir transeúntes como castigo a una real o imaginaria hostilidad.

La libertad de expresión les fue restringida a varias generaciones de mexicanos que no tenían modo de expresar su sentir ni para defenderse de acusaciones falsas en medios de comunicación, los propios periodistas tenían límites sin fundamento legal. En la lucha por hacer realidad esas libertades hubo que recurrir a las pintas furtivas, al volanteo a salto de mata, al mitin relámpago. Ahora que la libertad de expresión se ejerce en un nivel nunca antes alcanzado, hay quienes la confunden como el derecho a invadir la vida privada de los que son blanco de su inquina, de injuriar, de insultar y difamar.

Intocables, nunca más

“La ley censura” que se impulsa en Puebla ya existe en otras entidades y responde a la misma lógica con la que se impulsó la “Ley Olimpia”, con lo que se busca defender a víctimas de diferentes modalidades de agresión desde el universo cibernético ¿Alguien en pleno uso de razón es partidario de que en las redes todos se valga?

Hacer periodismo contra una persona mofándose de su físico e invadiendo su vida privada es algo que está vedado por la ley, si la acción legal emprendida por Layda Sansores adquiere resonancia es debido a que no es usual que las figuras públicas busquen el amparo de la ley cuando son víctimas de conductas proscritas en la constitución y la ley, circunstancia que provoca el desconocimiento de muchos de que la libertad de prensa y la libertad de expresión tienen límites que al ser violados acarrean sanciones.

Junto con la pasividad de los que “prefieren no meterse en líos”, la respuesta del ministerio público que se acostumbró durante muchos años fue de no meterse en problemas con el periodista y su medio, dejando en la indefensión a las víctimas de esos abusos susceptibles de ser calificados como delitos, me tocó vivirlo en carne propia cuando una justamente indignada radio escucha fue víctima de una nota calumniosa que publiqué en el noticiero que conducía, la contadora en ese momento empleada de la Secretaría de Hacienda no se conformó con la rectificación pública que hicimos al aire en respeto a su derecho de réplica, sino que denunció a su servidor ante el ministerio público a cuya cita acudí, solo para que el Procurador de justicia en aquél momento me pasara a su privado para decirme que no había nada de qué preocuparse, lo que en forma educada pero convencido manifesté mi desacuerdo y además, yo estaba en condición de acreditar que no hubo dolo de mi parte.

Libertad y responsabilidad, inseparables

Años después fui el denunciante, se me acusó falsamente y en mi percepción a sabiendas, la respuesta fue la misma, le dieron tiempo al tiempo y nunca procedieron a incomodar “al cuarto poder”.

En la construcción de una democracia de verdad es necesario fomentar la cultura del ejercicio responsable de las libertades, en un verdadero estado de derecho no hay lugar para pretender ser intocables disfrazándose de víctimas como algunos “periodistas” acostumbran.

Es acierto estratégico establecer la libertad de expresión más absoluta posible, pero los terceros tienen derecho a la protección que les brinda la ley y la vida privada debe ser siempre inviolable.

Nos encontramos el lunes en Recreo

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