

Gerardo-Luna-Tumoine-2024-Opinion
El “hubiera” es el territorio donde el ser humano coloca sus arrepentimientos… pero también sus aspiraciones.
Hay palabras que cargan un peso invisible, pero constante. Una de ellas es “hubiera”.
Esa pequeña palabra que abre una puerta imaginaria a lo que no fue, lo que pudo ser y lo que, a veces, creemos que debió haber ocurrido. Todos, en algún momento, hemos dicho: “si hubiera vivido en otra parte”, “si hubiera nacido en otro tiempo”, “si no hubiera hecho esto”, “si hubiera decidido aquello”.
El “hubiera” es el territorio donde el ser humano coloca sus arrepentimientos… pero también sus aspiraciones. Es esa zona intermedia entre el deseo y la nostalgia, entre lo que soñamos y lo que dejamos pasar. Es la tentación de mirar hacia atrás con la ilusión de reescribir la vida.
Pero la verdad es simple: nadie vive en el hubiera. La vida sucede aquí, donde estamos, con lo que tenemos y con lo que somos. Sin embargo, el “hubiera” nos persigue porque nos recuerda que no somos perfectos, que nos equivocamos, que tomamos caminos con consecuencias. Y en esa conciencia aparece una verdad más profunda: el “hubiera” es la forma más humana de reconocer que queremos más de la vida, o que queremos haberla vivido mejor.
El hubiera también se presenta como una especie de espejo vocacional, un tratado de esos que en nuestros tiempos se utilizaban para elegir una realización personal o profesional. Cuántos de nosotros estudiamos una carrera y terminamos dedicándonos a otra. Cuántos llevan en silencio el pensamiento de que quizá no debieron casarse, o que pudieron elegir una vida más libre; otros, al contrario, piensan que debieron arriesgarse y no lo hicieron.
Pero nada de esto es culpa del destino, ni del arrepentimiento, ni de la equivocación. Simplemente tomamos decisiones a lo largo de nuestra historia que nos van definiendo como personas y que, sin saberlo, construyen nuestro propio proyecto de vida. Cada paso, incluso los que hoy vemos como errores, formó parte del camino que nos trajo hasta aquí.
En una de sus reflexiones más humanas, el Dalai Lama comenta; que “el sufrimiento nace cuando la mente se queda atrapada en un pasado que ya no puede tocarse.”
Su enseñanza es clara: no podemos cambiar lo que ya ocurrió, pero sí podemos cambiar la forma en que lo miramos. Y al sanar esa mirada, también transformamos nuestro presente.
El “hubiera” es un buen maestro, pero un pésimo compañero de viaje. Sirve para aprender, no para quedarse a vivir ahí. Lo verdaderamente valioso es lo que hacemos a partir del hubiera:
– cambiar lo que todavía puede cambiarse;
– cerrar lo que aún duele;
– comenzar lo que sigue pendiente;
– agradecer lo que sí ocurrió, aunque no fuera perfecto.
El “hubiera” es una brújula, no una condena. Si lo escuchamos con sabiduría, nos invita a vivir con más conciencia, con más fortaleza y con más presencia. Nos recuerda que lo único que realmente tenemos —y que puede definir lo que mañana no sea un hubiera— es el hoy.
Quizá la enseñanza final es ésta: el hubiera no se corrige en el pasado; se corrige viviendo mejor el presente, porque “no hay peor nostalgia que añorar lo que jamás sucedió”.
Ahí está, quizá, la lección más honda: dejar de mirar con tristeza lo que nunca ocurrió y comenzar a construir, con valentía, lo que todavía puede ser.