
Gerardo-Luna-Tumoine-2024-Opinion
Esta frase no es una amenaza, sino una advertencia luminosa. La muerte no es una sorpresa del destino: es la consecuencia inevitable del modo en que transitamos esta vida.
A veces vivimos como si la muerte fuera un rumor lejano, algo que les pasa a otros. Pero la verdad es que está ahí, silenciosa, marcando el compás de nuestra existencia. No para asustarnos, sino para recordarnos que cada día es una oportunidad que no se repetirá.
Esta frase no es una amenaza, sino una advertencia luminosa. La muerte no es una sorpresa del destino: es la consecuencia inevitable del modo en que transitamos esta vida.
Cada decisión que tomamos —lo que comemos, el descanso que nos damos o negamos, la forma en que tratamos a los demás— deja huella en nuestro cuerpo y en nuestra mente. Somos el resultado de nuestros hábitos, y ellos moldean no solo nuestra salud física, sino también nuestra manera de existir.
Si vivimos en desorden, descuidando nuestro cuerpo y nuestras relaciones, quizá nuestra partida refleje ese mismo caos. En cambio, si cultivamos lo que nutre, si practicamos la templanza, el cuidado y la gratitud, es posible que la muerte llegue como una continuación serena de una vida bien vivida.
Esto no se limita a lo físico: también se refleja en el alma. Quien vive con rencor o superficialidad puede llegar al final con vacío; quien vive con sentido, servicio, alegría auténtica y coherencia entre lo que dice y hace, probablemente muera dejando una enseñanza silenciosa.
Muchas tradiciones espirituales coinciden: uno muere como ha vivido. Quien ha aprendido a soltar, a agradecer, a amar sin condiciones, no teme a la muerte porque ya ha practicado morir cada día: morir al ego, a los apegos, a la vanidad. Esa persona vive en el presente y, por eso, está preparada para partir.
En el fondo, todos deseamos una muerte apacible: sin dolor físico, con la mente en calma, con las cuentas interiores saldadas. Una muerte sin los pendientes del corazón, sin perdones negados ni palabras guardadas. Esa paz no se improvisa: se cultiva a lo largo de la vida, reconciliándonos con los demás y con nosotros mismos, dejándonos tocar por la belleza, la compasión y el misterio.
En El libro tibetano de la vida y de la muerte, Sogyal Rimpoché lo resume con claridad:
“Prepararse para morir no es pensar obsesivamente en la muerte, sino aprender a vivir bien: soltar lo innecesario, practicar la compasión y abrazar la conciencia como forma de libertad. Morir se convierte entonces en una continuación natural de una vida lúcida.”
Todos necesitamos afecto desde el nacimiento hasta la muerte. Si al llegar nuestro momento estamos rodeados de seres queridos, es probable que la partida sea apacible. Como dice la sabiduría tibetana:
Hoy te invito a hacer una pausa y preguntarte:
¿Estoy viviendo de tal forma que merezca una muerte serena?
¿Cultivo salud, vínculos verdaderos y un sentido profundo?
¿Dejo, aunque sea una pequeña, huella noble en el mundo?
Porque, al final, nuestra muerte será el espejo más fiel de nuestra vida. Vivir con propósito y plenitud es un acto de amor… y de libertad. Y cuando llegue, la muerte será solo el gesto sereno de dejar atrás una ropa vieja para vestir el traje nuevo de otra dimensión.