
Jairo Mendoza.
Empresas armamentistas, contratistas de seguridad, especuladores de energía y grupos de presión política han hecho de la guerra una industria estable.
Tras el anuncio del fin del conflicto entre Israel y Palestina, el mundo respira con “alivio”. Pero entre los discursos de esperanza y los aplausos diplomáticos, queda una pregunta incómoda: ¿cuántos se enriquecieron mientras miles perdían la vida? En cada guerra hay víctimas visibles y beneficiarios invisibles. Y este conflicto no fue la excepción.
Durante décadas, la violencia en Medio Oriente ha sido un negocio tan rentable como inmoral. Empresas armamentistas, contratistas de seguridad, especuladores de energía y grupos de presión política han hecho de la guerra una industria estable. Mientras las bombas caían sobre Gaza, las acciones de las principales compañías de defensa subían en las bolsas internacionales. Mientras se destruían hogares, se firmaban contratos millonarios de reconstrucción. La tragedia humana se convirtió en materia prima de ganancias.
La guerra alimenta un ciclo perverso; cada explosión justifica más gasto militar, cada víctima genera más discursos sobre “seguridad nacional”, cada tregua abre nuevos contratos para “reconstruir”. Se habla de paz, pero se negocia con los escombros. La ayuda humanitaria, muchas veces, se privatiza o se condiciona a intereses políticos y económicos. En este teatro global, la compasión se mide en cifras y los muertos se vuelven estadísticas.
Lo más preocupante es la normalización del lucro en torno al sufrimiento. Los gobiernos que arman, financian o protegen a uno u otro bando rara vez lo hacen por convicción moral; lo hacen por cálculos políticos e intereses económicos. Cada misil probado en Gaza es también una vitrina para vender más armas en otro rincón del planeta. Cada reconstrucción es una oportunidad de negocio para corporaciones que operan bajo el disfraz de la ayuda internacional.
El fin del conflicto debería marcar también el inicio de una nueva ética global. Una en la que la paz no sea rentable solo para los intermediarios. En la que la reconstrucción no se use como pretexto para nuevos contratos, sino como oportunidad para restituir dignidad. Si la paz se convierte en otro negocio más, estaremos condenados a repetir el ciclo: primero la guerra, luego la ganancia, después la siguiente excusa.
Cito lo que escribió Orwell en una de mis obras favoritas “La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”. Su advertencia sigue vigente. En el tablero del poder, los viejos imperios han cambiado de nombre, pero no de propósito. Mientras la guerra siga siendo un negocio, la paz será solo otra forma de conflicto rentable.