
Jairo Mendoza.
Quienes apoyan esta iniciativa de Movimiento Ciudadano, sostienen que los adolescentes de 16 y 17 años ya forman parte activa de la sociedad: trabajan, contribuyen a la economía familiar…
La posibilidad de permitir el voto a partir de los 16 años ha abierto un debate relevante en el Senado y en la vida democrática del país. De aprobarse la iniciativa significaría una modificación sustancial al padrón electoral y a la manera en que concebimos la participación de los jóvenes en la toma de decisiones públicas.
Quienes apoyan esta iniciativa de Movimiento Ciudadano, sostienen que los adolescentes de 16 y 17 años ya forman parte activa de la sociedad: trabajan, contribuyen a la economía familiar, se involucran en causas sociales y utilizan con naturalidad herramientas digitales que influyen en la conversación pública. Desde esa visión, reconocerles el derecho al voto sería una forma de validar su papel como ciudadanos y fortalecer los lazos de la juventud con la democracia.
En cambio, los críticos subrayan que a esa edad aún no se alcanza la madurez suficiente para decidir sobre asuntos de largo alcance. Temen que el voto juvenil pueda ser más vulnerable a la manipulación política, la presión de líderes locales o la influencia de campañas mediáticas intensivas. Además, advierten que una reforma de este tipo obligaría al sistema electoral a desplegar mayores esfuerzos presupuestales e institucionales. De igual manera, observan tintes políticos ya que Movimiento Ciudadano busca mayoritariamente a los sectores juveniles para atraer votos.
El tema no es nuevo a nivel internacional. Países como Austria, Argentina y Brasil ya permiten el voto a partir de los 16 años. La experiencia muestra que la incorporación de este sector puede dar mayor visibilidad a agendas vinculadas con la educación, el medio ambiente y la innovación tecnológica. Sin embargo, también exige programas sólidos de formación ciudadana y mecanismos de acompañamiento para que la participación sea informada y no meramente simbólica.
En México, una reforma así tendría un impacto inmediato: se sumarían alrededor de dos millones de nuevos electores. El efecto en los resultados dependería de sus niveles de participación efectiva, pero es indudable que podría modificar la composición del electorado y, en consecuencia, la atención que los partidos prestan a las demandas juveniles.
El debate, en última instancia, no se reduce a cifras o a conveniencias partidistas. La cuestión central es si el país está dispuesto a reconocer a los jóvenes adolescentes como actores plenos de la democracia o si prefiere mantenerlos en el papel de “futuros votantes”. Cualquiera que sea la decisión, será necesario un debate más amplio, fortalecer la educación cívica y abrir verdaderos espacios de participación para que la juventud no solo tenga derecho a participar, sino también capacidad de incidir en el rumbo colectivo.