
Jaime Casas Madero
Sus calles, plazas y edificios no solo son escenarios de la historia, sino la carta de presentación más valiosa para todos aquellos quienes nos visitan.
Nuestra capital se prepara para celebrar 498 años de historia y recibir a miles de visitantes en el marco de la Feria Nacional. Los hoteles anticipan una mayor ocupación, los comercios se abastecen y el ambiente de fiesta comienza a sentirse en cada rincón de la ciudad. Además, se acercan las tradicionales Morismas de Bracho, un evento que año con año reúne cultura, historia y devoción, y que este 2025 buscará obtener un Récord Guinness como la representación histórica más grande del mundo. No hay duda de que estos eventos constituyen un escaparate de cultura, tradición y dinamismo económico que beneficia a la ciudad. Sin embargo, mientras la atención se concentra en los días de celebración, la vida cotidiana del centro histórico revela un panorama muy distinto.
Ese centro, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad, debería ser el orgullo mejor resguardado de Zacatecas. Sus calles, plazas y edificios no solo son escenarios de la historia, sino la carta de presentación más valiosa para todos aquellos quienes nos visitan. Pero caminar por él se ha vuelto un recordatorio de la falta de atención: basura y olores fétidos que se acumula en esquinas y banquetas, baches que parecen eternos, luminarias apagadas y fachadas que se deterioran lentamente sin mantenimiento adecuado. Lo que debería deslumbrar por su belleza colonial, muchas veces decepciona por el abandono y el descuido cotidiano.
A esta situación se suma el crecimiento del comercio ambulante, que ocupa espacios cada vez más amplios en plazas y calles principales. Aunque es cierto que representa el sustento de muchas familias, también es un reflejo de la ausencia de orden y autoridad. Puestos improvisados impiden la apreciación de los monumentos históricos, bloquean banquetas y generan más residuos que rara vez se recogen con eficiencia. El resultado es un centro saturado, desordenado y, en ocasiones, inseguro para peatones y turistas.
El problema no está en la existencia del comercio ni en la necesidad de la gente, sino en la falta de una política municipal clara. Regular, reubicar y apoyar a los comerciantes es posible; lo que no se puede permitir es la indiferencia e ineficacia. La ciudad no puede conformarse con soluciones temporales ni espontaneas y con la tolerancia que solo posterga los conflictos y agrava el deterioro.
El ayuntamiento tiene frente a sí la responsabilidad de atender lo esencial: limpieza constante, regulación del espacio público y conservación del patrimonio. Esto se ha logrado exitosamente en otras administraciones, no hay pretexto político ni económico. Hay que dejar de priorizar lo mediático o la imagen política mientras lo básico se queda en segundo plano.
Porque el turista que asista a un concierto también recorrerá la avenida Hidalgo, visitará la Catedral o caminará por las plazuelas. Y lo que encuentre allí será tan importante como cualquier espectáculo. Una ciudad descuidada deja huella negativa, y esa impresión pesa más que la emoción de una noche de fiesta.
Zacatecas necesita madurez política y visión de futuro. Las ferias pasan, pero el patrimonio permanece. Y de nada sirve encender reflectores si el corazón de la ciudad sigue en penumbras, marcado por la basura, el ambulantaje descontrolado, la falta de limpieza y la indiferencia de las autoridades municipales.
Es momento de que la autoridad municipal se concentre en lo suyo y deje de pensar en el proceso electoral del 2027, y comience a ocuparse de lo que sucede hoy en el centro histórico. Eliminar acciones relámpago y espectaculares que nada abonan para resolver los problemas cotidianos de la capital.
Zacatecas merece que su patrimonio, su limpieza y su orden sean prioridad cotidiana, no promesas, ni distracciones futuras. Mientras esto no ocurra, cualquier fiesta o celebración seguirá contrastando con un centro histórico que refleja abandono, dejando claro que la verdadera iluminación no está en los reflectores, sino en la capacidad de quienes deben cuidar la ciudad día tras día.