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Opinión

Guardería

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Vuelvo a pensarlo y me doy cuenta de que hice bien y de que en realidad no me quedaba otra: Julia se ha montado en su macho de que seguirá trabajando en el despacho del contador González.

Simitrio Quezada
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12 de junio 2025

Por fin este jueves acomodé a Jimenita en guardería. Las instalaciones no son la gran cosa, a un lado tienen una bodega del gobierno donde guardan placas para coches, pero al menos ya podré ir a trabajar con tranquilidad. Además yo iré todos los días hasta la colonia Y Griega a dejarla y recoger a mi niña.

Vuelvo a pensarlo y me doy cuenta de que hice bien y de que en realidad no me quedaba otra: Julia se ha montado en su macho de que seguirá trabajando en el despacho del contador González, de que no va a tirar a la basura su carrera comercial y los años que le dedicó. Ni hablar: la conocí luchona, empeñosa. Recuerdo cuando éramos novios e iba por ella a su hora de salida de la academia Excélsior. Hace más de cinco años de eso: yo me colocaba en un rincón, a un lado del rojo cajero automático, el jardín y la escalinata de concreto. Mientras daban las seis de la tarde, me entretenía viendo la pelusa bajar por entre los rayos de sol que se colaban hacia la hierba.

En mis pláticas con Julia le auguraba un mejor futuro: si era necesario, podíamos mudarnos de Hermosillo y calarle en Arizona para tener mejor vida. Yo ya pensaba en boda, para qué lo negaba. “Estoy seguro de que de nuestra relación saldrán sólo cosas buenas”, le decía y repetía hasta emborracharla, hartarla.

Me casé con mi novia, y poco después del año nos enteramos del embarazo. Yo quería niña, una Julita; mi esposa pensaba en niño, lo adivinaba yo al mirar sus ojos pero ella no quería aceptarlo. El cielo me favoreció y fue fabuloso enterarme del sexo de la bebé por boca del ginecólogo en la cuarta o quinta consulta, frente a la pantalla albinegra donde él dibujaba el contorno de la cabecita y la longitud de la columna vertebral.

Fui el papá más sonriente con el nacimiento de mi Julita, aunque luego la mamá me rechazó el nombre y tuve que registrarla como Jimena. Es mi Jimenita preciosa, mi chiquirrina diamante, por la que han valido la pena los trámites para ahora meterla a esta guardería.

Como quiera, mi suegra ya no tendrá que batallar con mi bebé. Bastantes fueron estos tres meses de molestarla con el favor, cuando sus rodillas le duelen a cada rato. “Ya ni la friegas”, le decía yo a Julia hace unos días, “tu mamá no tiene por qué estar cuidándonos a Jimenita”. “Ya arregla lo de la guardería, pues”, contestaba ella.

Ya estuvo, gracias a Dios. Como dije, ahora seré yo quien la lleve y la traiga a mi chiquirrina ojos de café tostado. Julia insistía en que nos repartiéramos los días para que no tenga que ir yo por la niña a las cinco de la tarde, pero quiero estar más tiempo con mi niña bonita, así que ya le dije a la mujer que me hago cargo. Además, dicen en la guardería que como a eso de las tres de la tarde ponen a los niños a dormir la siesta.

La quiero mucho, daré mi vida por el futuro de Jimena. Quiero esforzarme más para darle lo que se merece, para llevarla a clases de ballet cuando cumpla siete años, para que vaya de mi brazo en su fiesta de quinceañera, para que encuentre un buen hombre al que yo la entregue el día de su boda, para que me den nietos tan hermosos como ella.

Vaya, deliro demasiado. Vivo en el futuro, en lo que pasará dentro de muchos años, y no quiero darme cuenta de que apenas comienza la vida de mi niña, de que apenas empezó junio de 2009.

Son las cinco de la tarde, bajo de mi nube. Voy a casa a ver a mi niña y a darle a Julia la buena noticia de que ya acomodé a Jimenita, de que ya hay quien la cuide bien. Se acabaron las dificultades, mañana será un gran día, me repito. Mañana, viernes 5, será el primer día de mi hija en esa guardería que hasta fácil tiene el nombre: ABC.

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