
Juan Carlos Ramos León.
Se han vuelto cada vez más comunes los accidentes viales en los que se ve involucrados a los repartidores que manejan una motocicleta.
El delivery service que han implementado las plataformas como Didi, Rappy y Uber, nos ha facilitado la vida para traer a nuestras casas mucha de la mejor oferta gastronómica de los restaurantes locales, además de otros servicios que tienen que ver, en su mayoría, con el gusto del buen comer. Y, sin duda, también han permitido un cierto modo de autoempleo que permite a un creciente número de personas encontrar una fuente de ingresos complementaria o esencial para sostenerse de manera honesta.
Sin embargo, ha creado una necesidad que las autoridades no han atendido como se debe. Por todos los medios han buscado regularlas, principalmente, en materia tributaria: las han metido al redil de causantes de impuestos y hasta comienzan a encontrar la forma de obligarlas a brindar seguridad social a los repartidores, aunque éstos no se encuentran vinculados laboralmente a las estructuras administrativas de dichas plataformas. Sí, me refiero a volverlas contribuyentes de un insuficiente y deficiente sistema de salud pública que sirve más para resultar un pesado gravamen que lo que debería de ser su verdadera vocación: dar un servicio digno de atención sanitaria.
En específico me refiero a la necesidad de educarles en materia vial. Sobra decir que la industria de la movilidad en su formato del motociclismo también ha encontrado un jugoso auge. Se han vuelto cada vez más comunes los accidentes viales en los que se ve involucrados a estos repartidores. Sin conocer estadísticas estoy seguro de que muchos de ellos van y compran una motocicleta sin haber manejado nunca una de ellas y, mucho menos, un automóvil.
Ya se ha logrado que la mayoría utilice casco. Vamos, está en el reglamento de tránsito que todo el que conduce una motocicleta debe de usarlo, pero queda claro que la autoridad ha quedado completamente rebasada al respecto. El caso es que, los que conducimos un automóvil debemos de agudizar más nuestro instinto porque salen por todas partes sin prevenir sus cruces, nos rebasan de súbito por izquierda o por derecha, y casi nunca respetan los límites de velocidad ni los reductores (o topes) que están por todas partes para obligarnos a disminuirla. Y esto pone no solo en riesgo sus vidas sino la tranquilidad de todos.
Hace falta que, más allá de regularlos, se les instruya apropiadamente. La expedición de licencias de tránsito debería de constituir algo más que otro medio de recaudación. Estas acreditaciones se reparten más como volantes que como verdaderos reconocimientos a una noción de la normatividad vial y criterios cívicos, para quienes tengan la posibilidad de pagar lo que cuestan, claro está. Y queda claro que aquí la autoridad no nos está cumpliendo a todos para que, en esta materia, las cosas funcionen como deberían. Claro, implica destinar recursos que no siempre se está dispuesto a destinar para ello, pero que, estará usted de acuerdo conmigo, es prioritario.