
Juan Carlos Ramos León.
Encontrar una justificación válida para atacar a un país supone más que la pura “amenaza latente” que aquel representa para la seguridad y los intereses de éste.
En la guerra, el que sale a afirmar que la gana o la va ganando es un tonto que sólo usa su argumento con fines de propaganda patriótica que no sirve para nada. Antes había quien se la creía. Ahora sólo los tontos. Lo curioso es que los dos países en conflicto siempre aseguran ser poseedores de la victoria, los que más daño han causado a su oponente, y salen a los medios a afirmar con arrogancia como lo hacíamos de niños cuando alguien nos lastimaba: “al cabo que ni me dolió”.
Encontrar una justificación válida para atacar a un país supone más que la pura “amenaza latente” que aquel representa para la seguridad y los intereses de éste. Los acuerdos existentes entre países, avalados por organismos internacionales como la ONU, consideran la “legítima defensa”, ese principio tan básico, como la única justificación para una respuesta militar, pero es que en ese supuesto a muchos nos queda la duda de con base en qué condiciones Israel inició esta última oleada de ataques de los que Irán se ha estado defendiendo y cómo fue luego que Estados Unidos intervino en el conflicto. Se vienen a mi mente los recuerdos de aquellos ayeres cuando el propio Estados Unidos justificó su invasión a Iraq para derrocar al régimen de Saddam Hussein basando su evidencia a la opinión pública internacional en los mismos términos en que lo hace ahora: intenciones armamentísticas de tipo nuclear. ¿Lo recuerda usted? ¿Cuando exhibieron una serie de imágenes que todo el mundo puso en duda y que luego resultaron no tener tanta concordancia con la realidad?
Atacar a un país por representar una amenaza -cualquiera que esta sea- para los intereses de otro es casi como adoptar la postura del conflictivo rijoso que va por la calle buscando camorra a todo aquel que “lo vea feo”. Es difícil creérsela, de veras.
Hay mucha tensión en el ámbito internacional. Pretextos están sobrando para un país y otro, un bloque político-económico y otro, para que se “suban al barco” del creciente conflicto y acaben conectando los puntos con rencores pasados, diferencias históricas y encuentren una brecha de oportunidad para obtener algún beneficio de ello. Dicen que “a río revuelto ganancia de pescadores” y aunque, está claro, nadie de los que transitamos a pie por este mundo queremos un conflicto, queda claro también que hay quienes opinan diferente y resultan tener el bastón de mando.
Está, no olvidemos, la llamada “economía de guerra”, fenómeno complejo que ha tomado forma basado en los beneficios económicos que algunos países han obtenido de conflictos pasados y que podría ser una de las pocas “razones” para entender el hecho de que éste vaya dando entrada a su creciente intensidad.
En la guerra nadie resulta victorioso. Aunque haya quien crea que va ganando, aunque sus intereses parezcan verse satisfechos, al final, todos resultamos perdedores.